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Etimología de una forma de vida

 

Mi historia comienza con un tropiezo, en este caso mi ignorancia. Antes de que supiera como se llamaba o si existía aquello a lo que me quería dedicar, tenía clara mi vocación. Y fue un profesor de dibujo técnico quién me reveló aquello desconocido para mí, el diseño industrial. Desde entonces no he podido desviarme de un camino tan exigente y a la par tan gratificante. Una profesión que, al igual que mi búsqueda interior, se nutre de un proceso, un método, un lenguaje que da sentido a una serie de ideas.

 

Así es como he sido absorbido hacia el conocimiento, hacia la curiosidad por comprender que es el diseño, desde su parte más epidérmica y superficial, hasta las profundidades de su periferia. Una búsqueda no exenta de práctica profesional, ya que en la materialización de las ideas reside el secreto mejor compartido por diseñadores, el ver como una pieza de inyección surge de un molde vacío. La magia que deja atrás el proceso y se introduce en la vida de las personas.

 

Desde el papel en blanco hasta el ecuador del proyecto procuro designar (elegir diseñando) un camino para el proceso creativo. Momento que suele iniciarse de forma clara, pero que en su desarrollo no suele estar carente de escollos. Así es como parto para hacer un disseny, donde el “seny” (sensatez) es la clave para fluir y prosperar con método, a base de profundidad conceptual y planificación. La base de algo que empieza y avanza para ser design. Siendo design, una herramienta etimológica que ayuda a comprender que el prefijo “de” nos habla del proceso de transformación, y el sufijo “sign” de la resolución hecha signo. Esta es mi manera de entender el diseño. Mi forma de vida.

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